La forma de trabajar ha cambiado, el mercado laboral también. El trabajo digital y la adaptabilidad serán dos de las consecuencias que esta crisis nos deje. Los trabajadores con perfiles no digitales tienen la oportunidad y la necesidad de actualizar su forma de trabajar y sus conocimientos.
Vivimos algo más que una crisis sanitaria. Estamos ante un cambio profundo que nos mete de lleno en la economía del bajo contacto (Low-contact economy), un nuevo modelo en el que las prohibiciones, limitaciones, recomendaciones y miedos nos harán vivir, consumir y trabajar de una forma distinta. Con menor contacto humano, con mayor distanciamiento. Un nuevo comportamiento al que a todos nos toca adaptarnos y en el que la interactuación digital gana peso.
No hablamos del impacto del estado de alarma (dure lo que dure), sino de un periodo prolongado en el que nuevas formas de hacer las cosas se harán sitio en nuestras vidas y se convertirán en un nuevo normal. Cuando salgamos a la calle no lo haremos con las reglas de antes. Algunas limitaciones seguirán en vigor nadie sabe por cuánto tiempo, aunque algunos estiman franjas de entre seis meses y tres años. Viajes, exposición a grupos de riesgo, actividades sociales, grandes aglomeraciones, interactuación con otros países.
Muchos modelos de negocio se verán afectados, haciendo necesario el pivotar hacia otras formas de ofrecer productos y servicios. El nuevo sistema se define por la aceleración de tendencias como la utilización de herramientas digitales, la actualización de procesos y las nuevas formas de trabajar. Se trata de adaptarnos a un nuevo cliente y a un nuevo mercado.
Muchos directivos han comprobado con este ejercicio improvisado de teletrabajo que la productividad y el compromiso no se consiguen con presencialismo; requieren de un compromiso mutuo mayor entre empresa y empleado. La competitividad y la supervivencia de la organización dependen de su habilidad y agilidad para adaptarse.
Los empleados no digitales -aunque algo digitales somos todos desde hace mucho- tienen un reto importante por delante. Usuarios diarios de tecnología en su vida personal y profesional que, sin embargo, mantienen una forma de trabajar bastante parecida a la de hace cinco años. Me refiero a las funciones de venta, compras, finanzas, logística, operaciones, servicios, formación, o recursos humanos. Todos aquellos que no son perfiles informáticos, ni puramente digitales.
Para todos ellos hay tres cosas que van a cambiar de repente:
- Dejar la digitalización de su puesto para el año que viene ya no es una opción. Aunque es exactamente lo que llevamos haciendo muchos años amparados por la cultura empresarial que siempre ve otras prioridades.
- La excusa de que el cliente no nos demanda esos cambios, o no los va a aceptar ha quedado desfasada. Llevamos semanas haciendo cosas de forma digital que nunca habríamos considerado posibles. Nosotros y nuestros clientes. Aceptamos pagos, transacciones, recepción electrónica de documentos, conversaciones y reuniones importantes, eventos, formación y hasta cuidado de los niños. La barrera era mental.
- Nuestro puesto pierde relevancia si no incluye transacciones y procesos digitales y remotos. Nuestro valor depende de cambiar de golpe la forma de trabajar. Nuevas prioridades. La recesión que viene será implacable con los puestos ineficientes. Suena cruel en los casos en los que la empresa era la primera que frenaba el avance digital, pero es lo que hay.
- Usar una herramienta de web meeting es la parte fácil. La conclusión del encierro en casa presenta múltiples procesos que chirrían y son ineficientes. Recibir facturas por email nos hace perder más tiempo si nuestro proceso no recoge la extracción automática de documentos y datos, o la integración con nuestro ERP. No hablo de nanotecnología, sino de procesos digitalizados con los que llevamos años a cuestas. Parece que cambiamos de siglo en marzo, pero hace ya veinte años.
¿Cómo hacemos esa transición exprés hacia un puesto digital y su correspondiente conocimiento?
La respuesta empieza por entender cómo trabajaremos mañana para, desde ahí, identificar los huecos por rellenar:
- Los cambios los haremos trabajando en equipo con perfiles multidisciplinares, varios de ellos técnicos. El reto aquí es entender a esos perfiles. Es difícil empatizar con alguien a quién no entiendo. Los perfiles digitales se organizan, colaboran y priorizan de forma diferente. Acercarnos a su mundo requiere saber de lo que hablan, cómo piensan y cómo trabajan.
- Pensar que su mundo y el mío no se cruzan es un error. Hace años podíamos trabajar sin saber inglés y hoy no. Hoy no podemos trabajar sin entender conceptos informáticos, digitales y tecnológicos fundamentales. Simplemente nos deja fuera de juego. Ni nos permite colaborar, ni nos ayuda a beneficiarnos de lo que la tecnología tiene que ofrecer en nuestros puestos.
- Internet de las cosas, inteligencia artificial, modelos de análisis y algoritmos, arquitecturas cloud, organización de datos. Necesitamos conocer sus conceptos básicos y su aplicación. Credibilidad, colaboración y sentido práctico. ¿Cómo llegamos a ese punto?
- El talento digital no se mide por la cantidad de tecnologías que conocemos, o que utilizamos (comprar y usar no es necesariamente lo mismo), sino por la frecuencia y el acierto con el que experimentamos nuevas formas de hacer las cosas haciendo uso de la tecnología. La tecnología no es siempre la mejor opción, depende mucho de nuestros objetivos y clientes (internos o externos). Pero es la experimentación la que nos permite apreciar la oportunidad y distinguir entre lo que nos hace mejores y lo que no.
- Mejorar nuestra forma de trabajar requiere mantener nuestro conocimiento de conceptos y opciones digitales al día. Nadie puede (ni en nuestro caso quiere) conocer todo lo que la tecnología ofrece y cómo funciona, pero es importante saber lo que importa y saber dónde y cómo aprenderlo. La mejor manera de aprender es enseñar porque confirma lo que sabemos y nos hace afrontar el reto de aprender en equipo.
Los perfiles informáticos dedican buena parte de su jornada semanal a aprender y compartir. Seguir aprendiendo es la gasolina de un técnico, algo habitual y asumido, tan importante como comer o respirar. Compartir su conocimiento y su trabajo a través de plataformas abiertas y bibliotecas virtuales es parte de su código ético de trabajo. Se trata de aprovechar lo que ya se sabe, de ahorrar tiempo a los demás y de que estos me lo ahorren a mí.
Y esa misma aproximación práctica es la que necesitamos para adentrarnos en un mundo nuevo y hacer nuestra función relevante en esta nueva realidad.
